Tuesday, October 28, 2014

Open Letter to Nobel Laureate Jean Tirole

I just read an interesting letter to Jean Tirole, the French economist who got the Nobel Prize for Economics (a prize that, in my view, should be abolished as it promotes economics to a status it does no deserve), written by a colleague of Tirole from Toulouse. I copy the text below and give you the link: https://madmimi.com/p/5b2775?fe=1&pact=25897480694
PS: I just saw there is a link in English, to the blog of the author of the Open Letter, Simon Thorpe: http://simonthorpesideas.blogspot.nl/2014/10/an-open-letter-to-my-colleague-jean.html


Un académico, un investigador, un colega de Jean Tirole, el reciente premio pseudo Nobel de economía, lo felicita y le dice algunas cosas que merecen ser conocidas... ¡y de paso le da una lección de economía!
SimonThorpe
Simon Thorpe, autor de la carta abierta

Carta abierta a mi colega Jean Tirole, reciente ganador del Premio Nobel de Economía

Simon Thorpe
Traducido por Manuel Talens (Tlaxcala)
Querido Jean,
En primer lugar, permíteme felicitarte por tu premio Nobel de Economía. Todos estamos muy orgullosos en Francia, y en particular en Toulouse, de que hayas recibido este prestigioso honor.
Como colega y director de otro laboratorio de Toulouse (el Centro de Investigación del Cerebro y la Cognición [CerCo]) ya nos hemos encontrado en varias ocasiones y me alegraría mucho poder hacerlo de nuevo en un futuro próximo. Sé que eres una persona muy agradable, muy afable y, sin la menor duda, una de las mentes más brillantes de Francia.
Acabo de escucharte en el programa matutino de economía de los sábados en France Inter “On n’arrête pas l’eco” [(No hay quien pare la eco(nomía)]. Te han preguntado cuáles serían tus cuatro prioridades principales para ayudar al gobierno francés a superar la actual crisis de la deuda y para poner en marcha de nuevo la economía francesa. Tus recomendaciones han sido: (1) reformar el “mercado de trabajo” mediante regulaciones (lo que presumiblemente significa facilitar la contratación y el despido de trabajadores); (2) reformar los sistemas de pensiones (aumentando la vida laboral para cubrir los costes del sistema) y (3) simplificar y reducir el papel del Estado mediante reformas. (Te habían pedido cuatro proposiciones, pero sólo diste tres).
Lo siento, Jean, pero por mucho que yo respete tu contribución a la teoría económica, no veo nada nuevo en tu respuesta. Es la misma historia neoliberal que escuchamos a diario: eliminemos las restricciones sobre el empleo, obliguemos a la gente a trabajar más tiempo y reduzcamos el papel del sector público… y todo saldrá bien. Si te creyese me parecería posible resolver la crisis de la deuda combinando austeridad y liberalización. Pero siento decirte que no te creo. ¿Cómo puede ser que una de las mentes económicas más brillantes nos venga con esto, que no es sino pura ortodoxia al 100%?
¿Qué tal si probamos algo realmente innovador? ¿Estás seguro de que hemos agotado todas las opciones?
Me encantaría que me dijeses qué opinas de la siguiente propuesta:
Hace tiempo que pienso que los bancos centrales como el BCE podrían introducir un pequeño impuesto de tarifa plana a todas las transacciones financieras electrónicas que se hagan en su moneda, dondequiera que tengan lugar en el mundo. Cualquier persona en cualquier parte del planeta que quisiese hacer transacciones en euros estaría legalmente obligada a pagar dicho impuesto. Yo lo pagaría cuando mi sueldo del CNRS llegase a mi cuenta. Tú lo pagarías cuando recibieses tu premio Nobel (si te lo pagan en euros). Me gustaría pagarlo cuando abono mi factura de la luz o cuando utilizo una tarjeta de crédito; de hecho, se pagaría cada vez que yo o cualquier otro utilizase el sistema de dinero del euro.
Si decido utilizar libras esterlinas, me gustaría pagarle al Banco de Inglaterra a la velocidad especificada por el Banco de Inglaterra. Si utilizo francos suizos, le pagaría una pequeña cuota al Banco Central Suizo, etc.
Todos pagarían. Ciudadanos como tú y como yo. Pero también las empresas. Y, por supuesto, los mercados financieros también pagarían la tarifa de las transacciones que hacen con nuestro dinero en millones (¿miles de millones?) de operaciones diarias.
El tipo de tarifa del que hablo podría ser muy bajo, literalmente una fracción del 1%, tal vez una centésima parte de las comisiones por transacciones que las compañías de tarjetas de crédito como Visa, MasterCard y American Express cobran cada vez que tú y yo utilizamos sus servicios. Acuérdate de que, aunque puedas pensar que te cuesta lo mismo pagar con tarjeta de crédito que en efectivo, los comerciantes a menudo se han visto obligados a pagar entre el 2% y 4%. Y, obviamente, todos terminamos pagando más por esos cargos, tanto si utilizamos la tarjeta de crédito como si pagamos en efectivo.
Y no olvidemos que, además de la cuota del 4% al comerciante, la mayoría de las tarjetas de crédito cobran también un 2,5% o un 2,99% de sobrecargo “internacional” cuando se utilizan en el extranjero. Ese cargo se obtiene simplemente multiplicando el importe en la moneda local por tipo de cambio actual. De esta manera, cada vez que tú o yo vamos a comer en un restaurante en Londres terminamos pagando hasta un 7% al sistema bancario en “impuestos sobre las transacciones financieras”. Yo estoy proponiendo algo que podría ser inferior al 0,1%, una cantidad casi insignificante en comparación con los tipos de honorarios que el sistema bancario nos impone a cada uno de nosotros.
La única diferencia es que, en vez de que el impuesto sobre las transacciones se destine a pagar primas a la gente del sector financiero, podría utilizarse para financiar otros proyectos más útiles.
Con un mínimo de 10.000 billones de dólares en transacciones globales cada año, un impuesto de sólo el 0,1% generaría lógicamente 10 billones de dólares en ingresos. Tal como señalé hace un par de semanas, el valor correcto de las transacciones es sin duda muy superior a 10.000 billones, debido a que grandes inversores como Options Clearing Corporation (¿12.000-16.000 billones?), el Chicago Mercantile Exchange (que negocia más o menos 1.000 millones al año) y LCH ClearNet Ltd ni siquiera aparecen en las cifras “oficiales” actuales del Banco de Pagos Internacionales (BIS).
Así que supongamos muy por lo bajo que el impuesto podría recaudar por lo menos 10 billones a escala mundial. ¿Qué se puede hacer con eso?
Mi propuesta favorita es que el dinero debe entregarse directamente a los ciudadanos en forma de renta básica universal. Cada banco central podría simplemente crear una cuenta para cada uno de los ciudadanos que viven en su región y sólo tendría que ingresar una cierta cantidad a la cuenta cada mes, dependiendo del total que se haya recaudado. No habría condiciones: a la gente se le pagaría tanto si estuviese trabajando como si no, empleado o jubilado.
Ten en cuenta que no estoy proponiendo que el Banco Central ofrezca ningún tipo de servicios bancarios reales, ya que lo único que cualquier ciudadano podría hacer con el dinero ingresado en su cuenta sería sacarlo para hacer uso de él. De hecho, estaría obligado a sacarlo para poder gastarlo. El Banco Central tampoco estaría en el negocio de los préstamos y nadie tendría nunca números rojos en su cuenta: sería sencillamente imposible. De paso, nótese que esta cuenta sería un refugio absolutamente garantizado para dejar el dinero, lo cual eliminaría cualquier necesidad de garantías gubernamentales sobre los depósitos bancarios. La cuenta no ganaría ningún interés (para eso sería necesario transferir el dinero a un banco comercial) y proporcionaría a todos un sitio libre de riesgo para guardar sus ahorros si quisieran. Dado que por definición un Banco Central no puede quebrar, quienes decidiesen transferir sus ahorros a una cuenta bancaria con intereses en los bancos comerciales se verían obligados a reconocer que estarían tomando un riesgo.
Vamos a suponer que la contribución en euros al comercio mundial es del 20% (se trata sólo de una conjetura, ya que las cifras reales son desconocidas, aunque las transacciones en sólo cinco de los países de la eurozona superaron en 2013 los 2.000 billones (es decir, un 2 con quince ceros a la derecha). Me imagino que el BCE podría recaudar razonablemente cerca de 2.000.000.000.000 euros al año mediante la imposición de una tasa extremadamente modesta del 0,1% sobre las transacciones en euros. Con una población total en la eurozona de 330 millones de habitantes, eso significaría pagos directos de alrededor de 6.000 euros anuales a cada hombre, mujer y niño, lo que significa 24.000 euros al año para una familia de cuatro. No está mal...
¿Qué? Me parece escucharte: “¡No se puede dar dinero a la gente por no hacer nada! Eso sería injusto. ¿Por qué se molestarían en ir a trabajar?”
Bueno, por un montón de razones. Hay mucha gente en nuestras sociedades actuales que recibe millones en herencia a cambio de no hacer nada, lo cual no parece molestar a los neoliberales, esos que afirman que sólo quienes trabajan duro deben recibir dinero a cambio.
Por otra parte, los 24.000 euros que una familia de cuatro podría recibir al año apenas les bastarían para sobrevivir modestamente en una parte de la eurozona que no sea demasiado cara. Les permitirían disfrutar de un estilo de vida mínimamente digno y sin lujos. Y eliminarían la pobreza de un plumazo.
También eliminarían la necesidad de fondos para ayudas estatales a la vivienda, el transporte, etc. En la actualidad, esas prestaciones suelen atribuirse a quienes están en paro, lo cual hace que sean los menos interesados en trabajar. Y cuesta literalmente una fortuna costear a una tropa de funcionarios para que verifiquen que quienes reciben las prestaciones están buscando activamente trabajo. Todo ese derroche de recursos podría terminarse de inmediato.
http://tlaxcala-int.org/upload/gal_9237.jpg
Hace años que los defensores de una renta básica universal han documentado todos estos argumentos a la perfección.
Pero hay un par de argumentos a favor de un plan como este que no he escuchado y que deberían convencer incluso a los admiradores más ardientes (¿como usted?) de la libertad de mercado.
En primer lugar, veamos lo que sucedería si una familia de cuatro miembros tuviese unos ingresos garantizados de 24.000 euros al año. ¿Cuánto dinero tendrían que pagarle al jefe de familia para que él (o ella) quisieran trabajar? Tendría que ser lo suficiente como para que le valiese la pena. No necesitaría trabajar para comer, pero quizá estuviese dispuesto a trabajar un poco para aumentar esos 24.000 hasta (digamos) 30.000 euros al año. En otras palabras, 6.000 euros podrían motivarlo. Y, sin embargo, 6.000 euros anuales representan sólo 500 euros al mes, una miseria en comparación con el costo total de la vivienda y la alimentación de una familia de cuatro.
Parece obvio que el establecimiento de una renta básica universal permitiría que las empresas pudiesen reducir considerablemente los salarios. Dicha renta podría incluso funcionar como un subsidio indirecto a las empresas, ya que éstas podrían ofrecer un salario atractivo muy inferior al que se necesita en la actualidad. Hoy en día están obligadas a pagar salarios suficientes para sostener a una familia de cuatro. No pueden pagar más a un trabajador que tiene a su cargo una familia que a un soltero de 21 años que vive con sus padres. [1] El resultado es que los gobiernos se ven obligados a concederles un sinfín de subvenciones y exenciones fiscales para que el sistema favorezca a las familias.
En fechas recientes el gobierno francés decidió dar algo así como 40 mil millones de euros en recortes de impuestos y subsidios a la industria, el llamado “pacto de responsabilidad”. Se supone que la industria debe corresponderle contratando más trabajadores. Pero nada la obliga a hacerlo y mucha gente en Francia está indignada por eso.
Del mismo modo, el gobierno francés reparte anualmente miles de millones en “créditos de impuestos para la investigación” y, de nuevo, lo hace prácticamente sin controles de ninguna clase. ¿Por qué no seguir impulsando igualmente a la industria, pero haciendo que sea más barato, por ejemplo, contratar trabajadores a través de una renta básica universal?
Bajo el sistema actual nuestros gobiernos inyectan miles de millones en el sistema de la seguridad social y las prestaciones sociales. Pero ese gasto no hace absolutamente nada para favorecer la productividad de la industria francesa, simplemente evita que los desempleados se mueran de hambre. Si nuestros gobiernos proporcionasen el mismo dinero bajo la forma de una renta básica universal, Renault podría producir coches más baratos en Francia de lo que cuestan en otros sitios. Eso sí que sería una buena noticia.
Una renta básica universal abarataría el empleo, reduciría costes y volvería la industria más competitiva. Lo mismo ocurriría si el Estado proporcionase transporte público gratuito, de manera que los trabajadores pudiesen desplazarse de forma más barata al trabajo, lo que reduciría los costes salariales sin que empeorase el nivel de vida de los trabajadores. Dicho lo cual, el uso de una renta básica universal financiada por un impuesto microscópico a las transacciones financieras sería mucho más simple.
Pero tiene una segunda y enorme ventaja, que probablemente atraerá incluso a los grupos de la derecha más extrema, obsesionados como están por frenar la inmigración ilegal. En el Reino Unido, el número de empleos en la economía ha ido en aumento y, sin embargo, los ingresos reales de los trabajadores se han ido reduciendo con respecto a la inflación. ¿Qué está pasando? Una explicación es que, con la inmigración ilegal a gran escala en el Reino Unido, los trabajadores legales pueden verse fácilmente desplazados por algún inmigrante ilegal que esté dispuesto a trabajar por casi nada y con poca o ninguna seguridad laboral. El número cada vez mayor de ciudadanos que están dispuestos a votar al UKIP (en el Reino Unido) o al Frente Nacional (en Francia) es un claro indicio de que esta situación se está convirtiendo en un problema serio.
Consideremos lo que ocurriría si una familia de cuatro miembros recibiese 24.000 euros al año de renta básica universal directamente del BCE (o del Banco de Inglaterra en el caso del Reino Unido). Esa cantidad sería ni más ni menos que su parte proporcional del dinero recaudado por el banco mediante el impuesto a las transacciones financieras en euros en todo el mundo. El jefe de esa familia podría, de hecho, estar dispuesto a trabajar para ganar 500 euros extra al mes con el fin de incrementar a 30.000 euros los ingresos anuales de la familia.
Pero un inmigrante ilegal, sin ningún ingreso universal, tendría que trabajar por menos de 500 euros al mes para llegar quitarle el empleo al trabajador local. Eso no sería factible, porque el inmigrante ilegal no podría permitirse el lujo de vivir con 500 euros al mes, mientras que la familia de cuatro miembros sí podría vivir decentemente con 24.000 euros anuales más 6.000.
Espero, Jean, que puedas ver con claridad que la idea de dar a todos los ciudadanos legales un ingreso universal no sólo significaría un gran impulso para la industria, sino que imposibilitaría de un plumazo que los trabajadores locales perdiesen su empleo en beneficio de inmigrantes ilegales clandestinos. Por supuesto, el país aún tendría la opción de ofrecer el estatus de residente a los refugiados verdaderos, lo cual permitiría que también ellos se beneficiasen de la renta básica universal. Pero los cientos de inmigrantes ilegales que se esconden en los camiones que cruzan el Canal de la Mancha para entrar en el Reino Unido con la esperanza de ganar un salario digno serían cosa del pasado. Sin el estatus oficial de residente ya no sería posible sobrevivir razonablemente y eso eliminaría en gran medida la presión de los inmigrantes ilegales.
Esto mismo se aplicaría a los miles de africanos que arriesgan sus vidas en el mar para cruzar al continente europeo con la esperanza de una vida mejor.
Por supuesto, hay un mejor modo de convencer a todos los trabajadores migrantes desesperados de que se queden en su país. Consistiría en darles una (muy modesta) renta básica universal en sus países de origen. Unos cuantos dólares al mes permitirían que muchos africanos viviesen mucho mejor en su tierra en vez de convertirse en trabajadores clandestinos de otro país, donde no sólo perderían su renta básica universal, sino que se verían obligados a competir con los locales, que sí recibirían la suya local y podrían sobrevivir con mucho menos.
Pero no me malinterpretes. No comparto de ninguna manera las posiciones contra los inmigrantes de los partidos europeos de extrema derecha. Lo que haría la solución que ofrezco es cortarles las alas a sus argumentos.
Siento mucho, Jean, el haberme extendido tanto. Únicamente he querido bosquejar una de las muchas alternativas que nunca se discuten, ni en los medios de comunicación ni entre los economistas profesionales como tú (y que conste que en las 770 páginas de mi blog hay un montón de otras ideas no convencionales como ésta, te lo digo por si alguna vez tienes tiempo libre para leerlas). ¿No crees que valdría la pena echarles un vistazo a algunas de las alternativas más interesantes a esa austeridad neoliberal que parece ser tu favorita?
Si consigues liberarte en los próximos meses me encantaría hablar contigo sobre algunas de estas ideas. Estoy convencido de que se nos ocurriría algo que podría literalmente cambiar el mundo.
Con mis mejores deseos,
Simon Thorpe
Nota
[1] A petición del traductor, Simon Thorpe ha elaborado con mayor precisión el contenido de esta frase: “Manuel, imagínate que eres un empresario con dos empleados. Uno de ellos es un soltero de 21 años que vive con sus padres. El otro, de 45 años, tiene esposa y dos hijos a su cargo. ¿Se te permite siquiera decir que vas a pagar más al de 45 años que al de 21 por el mismo trabajo?
Si vives en un lugar similar a mío, la respuesta es no. Sería ilegal que pagases salarios diferentes por el mismo trabajo. De la misma manera, sería ilegal que pagases más a un hombre que a una mujer por el mismo trabajo (¡y con mucha razón!)
Pero supongamos que, además del dinero que les pagas por hacer el trabajo, el trabajador de 45 años con una familia de cuatro personas a su cargo recibe 500€ x 4 = 2.000 euros al mes en concepto de renta básica universal, mientras que el soltero de 21 años sólo recibe 500 euros. ¿Acaso esto no resolvería el problema? Podrías pagarles a ambos una cantidad modesta (digamos 1.000 euros al mes) y todos estarían contentos. Tú pagarías 2.000 euros al mes, el trabajador de 45 años recibiría 3.000 euros al mes y el de 21 recibiría 1.500 al mes.
Bajo el sistema actual, si quieres que el trabajador de 45 años pueda mantener a su familia tienes que pagarle 3.000 euros al mes y al de 21 años 3.000 también. Eso suma 6.000 euros al mes, lo que hace que no puedas competir, por ejemplo, con los costos laborales en China, que sólo son 2.000 euros al mes.
La alternativa es que pagues 1.500 euros al mes a cada uno de tus trabajadores (3.000 en total) y que el contribuyente ponga los 1.500 euros adicionales para completar los ingresos mensuales del jefe de familia. Éste es el sistema que tenemos en muchos países occidentales, un sistema que, por supuesto, molesta a mucha gente (¿por qué tengo que financiar con mis impuestos los costes de vivienda, etc.).
Para mí, una renta básica universal de 500 euros por persona es infinitamente más inteligente.”

Wednesday, October 15, 2014

Fragile finance and the need for breaking up the financial herd

Avinash Persaud wrote an article (with useful related links at the bottom) that is worth to be taken seriously by policymakers and those who would like to influence policies and the policymakers' minds:


Why We Must Break Up the Financial Herd

by Avinash D. Persaud, Peterson Institute for International Economics
Article in QFinance
October 2014
© QFinance

Background
Memories are short. But those in finance are even shorter. Before the credit crunch began in 2007, policymakers in advanced economies were flirting with the idea that we should just accept that financial crises occur every seven years or so and plan accordingly, as seeking to avert or limit them would suffocate the financial system. At the time, greater financialization of the economy, which is when the financial sector accounts for an ever rising portion of gross domestic product, was seen as an unambiguous measure of progress. The most financially liberalized economies—the United States and the United Kingdom—were held up as exemplars for others to follow, and the rallying cry was "set finance free."
The credit crunch ended such talk. It reminded the financial crisis-deniers just how traumatic crises can be and how slow and hesitant the recoveries are. It also reminded us of the Faustian pacts that policymakers are forced to make at the height of a severe financial crisis—for example, trying to revive an economy after a debt-driven bust through more debt, or employing the very same individuals who caused or contributed to the crisis to try to mend things, simply because only they understand the instruments that need to be disentangled.
During the 2008 US Democratic presidential primaries, one of Senator Hillary Clinton's mantras was that she was more able than rival candidates to take that 3:00 a.m. phone call from the generals about some overseas calamity. During a financial crisis, the 3:00 a.m. phone call invariably comes not from a general but from a banker. And invariably he will tell you that unless you bail out his institution, the whole financial system will collapse.
It's all very well to sound brave in the abstract and say the banks should not be bailed out, but when the authorities tried just that in September 2008 and allowed Lehman Brothers to fail, financial meltdown followed. In the wake of that collapse, no major financial institution was able to fund itself without state support. Calling the bankers' bluff is much harder than it seems to the wider public. Where possible, it is best to avoid having to make that call.
In the shadow of the crisis we have returned to a more nuanced consensus, along lines similar to that which existed in a previous age: Financial firms can play an important role in financing growth, but only as part of a financial system that does not accentuate boom and bust. Let us hope that we do not forget this lesson too quickly.
In the 10 years prior to the crisis, financial policy was driven by three main objectives: transparency, standardization (of value and risk measures), and the removal of restraints on financial trade-like transaction taxes or capital requirements for the trading books of banks. Bankers persuaded everyone else that achieving this holy trinity would deliver an effective financial system and therefore greater prosperity for all—though it was also considered foolhardy for regulators to second guess what an effective financial system should look like.
While there is undoubted merit in transparency and standardization, and in the removal of trading restrictions, the manner with which these goals were pursued caused financial systems to become larger, yet more fragile. It also led to financial systems with high degrees of trader liquidity, but which lacked systemic resilience.
False Gods?
Regulators must dare to consider what a resilient financial system would look like. I would venture that it is one where a shock in one part of the system can be absorbed by another part and not spread and amplified across all the others. For this to happen, we need a financial system in which the different parts assess, value, hedge, and trade the same assets or activities differently, not because they have different information, different forecasts of the world economy, or different risk appetites, but because they have different objectives, or, more precisely, different liabilities.
Systemic liquidity does not come from the amount of turnover or size of markets but from the degree of heterogeneity. When a shock of some kind leads to a sudden jump in the precautionary demand for cash, and all banks have to sell assets to raise cash, the financial system will be better able to absorb these stresses if life insurance funds or pension funds valued these same assets on the basis of their ability to meet a future pension or insurance liability.
On this long-term basis, they may decide that the assets are now cheap and should be bought from the bankers. This would not only make the financial system more resilient, it would also do so in the economic interests of the customers of these different institutions and without the requirement for onerous amounts of unproductive capital.
At the heart of this approach is the notion that it is economically sensible for different institutions to value the same assets differently if they have different liabilities. But this notion often runs counter to the practices that are put in place to support transparency and common standards—such as the spread of mark-to-market accounting or the use of third-party credit ratings and bureaus. And it could reduce trader liquidity between crises.
If all financial institutions are required to value the assets in the same way, through their audit rules, their capital adequacy calculations, or their solvency rules, then when one firm sells an asset, it induces other firms to sell more, causing a vicious spiral driven by herd-like panic, aggravating a collapse in market prices. In these circumstances almost no amount of capital would be enough to prevent a bank from suffering a run.
Homogeneous behavior, not risky assets, is the main avenue of systemic risk. Homogeneity, not size, determines whether a financial system is shallow, fragile, and prone to falling over. A commonality of standards and rules can support trading activity in quiet times, giving the illusion of liquidity. But trading liquidity is a false god that vanishes at the first sign of trouble.
We must not confuse modes of operation with goals. The holy trinity of transparency, common standards, and the removal of trading restrictions is a good mode of operation but not the ultimate goal, which is to create a financial system that is resilient and serves the multiple needs of the consumers of finance.
Mark-to-Funding Accounting
I have earlier proposed a "mark-to-funding" accounting system to address this issue. It does so by allowing institutions to value their assets based on the time they have available in which to sell them. A bank with short-term money-market funding has to value assets based on their price if they were to be sold tomorrow, as with mark-to-market accounting. In fact, we currently allow banks to define many assets as "hold-to-maturity," even if they lack the maturity of funding to keep them that long with any certainty.
Life insurance funds with long-term liabilities rarely need to sell significant assets tomorrow and could therefore be allowed to value them based on long-term valuation, such as a model that discounts to the present value of all the future income the asset produces. Instead, the proposed Solvency II regime for long-term savings emphasizes a mark-to-market approach that will make the financial system more fragile. In some ways, Solvency II is even worse for financial stability than the original Basel II accord on bank supervision, which had to be quickly revised after the crisis erupted.
Segmenting the financial system according to the maturity of liabilities would bring other benefits. Contrary to popular belief, financial crises are not caused by people knowingly taking bad risks. The human desire for retribution would like this to be the case, and there is never any shortage of poor, deceitful behavior prior to crashes. But that is there all the time. We need to root it out and ban many people from financial activities, but doing so will not prevent financial crashes.
Financial crashes always follow financial booms. Financial booms take place because, collectively, people do things that they believe to be virtually risk-free—so safe, indeed, that it makes perfect sense for them to double up. It is the doubling and tripling up by almost everyone, not malfeasance from a few crooks that drives the booms that lead to the busts. In booms, traditional bank lending and leverage surge. Indeed, it is the widespread and unbridled optimism of the times that will make it hard to secure criminal convictions against individuals. Much of the blame is a collective one.
Mark-to-market valuations and price-sensitive risk systems accentuate this process. As asset prices steadily rise, the value of collateral goes up and volatility goes down, suggesting that it is safe to lend or borrow more when, with the wonderful vision of hindsight, we can see that lending and borrowing should be scaled down in the face of increasingly unsafe valuations. The opposite process occurs in a bust. The collapse in valuations makes it safer to lend but banks don't, as the current value of collateral and volatility suggest to the banks' risk systems that there is no room to lend safely. Banks forget that the credit mistakes are made in the boom, not the bust.
We need a financial system that is less circular and less self-referential if we are to wean ourselves off boom-and-bust. Another way of putting this is that we need a method of risk-managing the financial system that is less statistical and more structural: less dependent on us doing what we repeatedly fail to do—to correctly measure fluctuations in risk and value through time.
Structural risk management is about recognizing that there is no one thing called risk and that it is not possible to aggregate all risks into a single number, but rather that there are a handful of different risks—mainly market risk, credit risk, and liquidity risk. These are fundamentally different risks. We know this not because we give them different names, but because they have to be hedged differently.
Credit risk, the risk of a default, is hedged by diversification across a number of different credit risks. Liquidity risk, the risk that you cannot sell an asset immediately, is not hedged by diversification across a number of different but illiquid assets; it is hedged through having time before assets need to be sold. Market risk, the risk of price changes, is hedged through a combination of diversification across assets and across time.
Nurturing Diversity
By virtue of having different liabilities—including the need to repay a depositor, or to provide a pension or a life insurance payout—different institutions and people have different capacities for these different risks. A bank with short-term depositors has a capacity for taking credit risk but not liquidity risk. A young pension or life insurance fund has a deep capacity for taking liquidity and market risk, but not credit risk.
Institutions should be required to put up capital against any mismatch between their risk capacity and their risk-taking, thereby encouraging them to stick to taking risks that they have a natural capacity to absorb (making them naturally hedged if their estimates of value and risk prove wrong). This is fundamentally different from the ring-fencing that has been proposed in some quarters. It will encourage risk transfers between the different parts of the financial system—the right kind of risk transfer, not the kind that went on before. Under our proposal, banks and life insurance funds might continue to serve their customers as they do, but banks would later strip out and sell their liquidity risks to pension funds and buy credit risks from them.
We are a long way from this approach, but the attempt to make banks more liquid through the application of short- and long-term liquidity ratios in the revised accord on the supervision of international banks (revised Basel II) is an important start, albeit one that is being strongly resisted by the banks.
Systemic resilience is not about the size of a market or the degree of trading activity and liquidity, but about its heterogeneity. The natural diversity of any economy—small or large, rich or poor—must be nurtured, not artificially snuffed out by sacrificing long-term investment and systemic resilience on the altar of short-term trading liquidity and undue reverence to today's price. Risk capacity, not some statistical risk sensitivity, should be the watchword of regulation.
Conclusion
"Market-to-market" accounting—in which financial institutions value their assets based on the price they could be sold for the next day—encourages herd-like selling in downturns and herd-like buying in upturns, exaggerating financial market manias and panics. It is thoroughly procyclical. It suits banks, given their dependence on short-term money-market funding but is less appropriate for life insurance and pension funds, given the longer-term nature of their liabilities and different risk capacity. Were insurers permitted to value their assets based on the time they have in which to sell them, it would bring much greater equilibrium to financial markets. Under "mark-to-funding" accounting, asset valuations would be based upon an assessment of the cash flows generated over the period for which funding is guaranteed. An approach to accounting and asset valuations that better reflected the real diversity of liabilities and risk capacity in the financial system would break up of the financial herd—reducing the risk and severity of financial crashes.

RELATED LINKS
Op-ed: Misconceptions About Fed's Bond Buying September 2, 2013
Op-ed: Five Myths about the Euro Crisis September 7, 2012
Working Paper 11-2: Too Big to Fail: The Transatlantic Debate January 2011
Policy Brief 10-24: The Central Banker's Case for Doing More October 2010
Op-ed: Stopping a Global Meltdown November 12, 2008

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Avinash Persaud’s career spreads across finance, academia and public policy. He is currently non-resident Senior Fellow at the Peterson Institute for International Economics in Washington, Emeritus Professor of Gresham College and non-executive Chairman of Elara Capital PLC. He holds a number of non-executive board positions. He was chairman, regulatory sub-committee of the UN Commission on Financial Reform; Chairman, Warwick Commission; Member of the UK Treasury’s Audit and Risk Committee and the Pew Task Force to the US Senate Banking Committee; Visiting Scholar at the IMF and ECB and Distinguished Advisor, Financial Sector Law Reform Commission of India. He is a former senior executive of J. P. Morgan, UBS, State Street and GAM London Ltd. He is a former Governor, London School of Economics and 2010 President of the British Association for the Advancement of Science (Section F). He was elected Director of the Global Association of Risk Professionals and the Royal Economics Society. He won the Jacques de Larosiere Award in Global Finance from the Institute of International Finance and was voted one of the top three public intellectuals in the world on the financial crisis by a panel for Prospect Magazine

Friday, October 10, 2014

Christine Lagarde's global policy agenda

In her newest global policy agenda the managing director of the IMF says that the world should grow more as growth is needed to create more jobs. That sounds nice.

She also says that 'decisive structural reforms' are needed 'to bolster confidence'. That also sounds nice, or to be more precise: that sounds nice to those who embrace and advocate the structural reform agenda of the IMF.

But is it nice or good or wise to increase economic growth and implement the structural reforms the IMF advocates?

I doubt.

It depends on what kind of growth and what kind of 'structural reforms' one favours. The kind of structural reforms the IMF advocates and demands (!) are meant to bolster confidence of business leaders, policymakers and others who belong to powerful elites.

Creating more jobs for 'normal', less powerful, or even completely powerless people, and jobs for the underpaid who deserve better payment and better better working conditions, would contribute to a world with more equal wealth and power that I and many others (including some staff members within the IMF) favour.

A 'growth' (or de-growth) and 'reform' agenda is needed that is responsive to the need for a more social and less unequal world, as well as to the need for measures and policies against climate change.

I am afraid we need a different "global policy agenda" than the one suggested by Christine Lagarde.